Es invierno,
la oscuridad aún borra las calles.
Un joven -no tendrá más allá de los treinta años-
está en la acera agitando los brazos,
rítmicamente,
mientras dice palabras
que nadie atiende.
El movimiento de sus manos
–en compás binario-
se ha hecho más rápido,
y su voz, antes imperceptible, sube el tono;
parece muy grande su enfado,
luego. inmediatamente, ríe con risotadas
espeluznantes.
Casi al unísono, mueve la cabeza y hombros,
-en tic convulso- sin dejar de mover los brazos.
Sus piernas buscan, afanosamente, lugares
que no encuentran;
giran, una vez y otra, en distintas direcciones,
direcciones que no llevan a ninguna parte
-lucha encarnizada de cuerpo y alma enajenada-
Para un autocar; un hombre fuerte, en bata blanca,
le ayuda –obliga- a entrar en él.
El autocar parte triste, renqueando, con tara
en demasía
-navío fantasmal, con las velas desinfladas
y mentes a la deriva-
El espeso vaho de las ventanillas deja ver
cómo mentes sin dueño
gesticulan y hablan al aire. Mientras,
entre nieblas, sus luces se alejan y se pierden
entre lo cotidiano.
(Del poemario "Luna llena")